Amanece otro martes más, Sarah al despertarse y mirar por la ventana piensa «encima hace frío, que tiempo más desagradable». Desde que se quedó sin trabajo su estado de ánimo ha cambiado mucho últimamente…
Enfurruñada sale de su habitación y entra en la cocina donde está su madre. Una vez más Sarah piensa y se recuerda que, a pesar de tener 32 años, tuvo que regresar de nuevo a casa de sus padres por quedarse sin trabajo.
«Buenos días»- le dice su madre- , mientras Sarah todavía más molesta por ese pensamiento bebe un vaso de agua para quitarse el nudo que se le ha formado en el estómago. «Buenos días» – responde Sarah de mala gana.
Tras desayunar, la madre de Sarah le dice que se vista y vaya a comprar el pan. «¡Con el frío que hace!» – protesta Sarah. En realidad es una excusa, pues casi todos los días debe ir a por el pan, algo que al principio de mudarse no le importaba y que se le hace cada día que pasa más cuesta arriba. Lo que su madre no sabe, es que Sarah se encontró hace unos días con una antigua compañera del colegio al ir a comprar el pan, y lo que nunca imaginaría, es que su hija sintió una profunda vergüenza y humillación al tener que decir que no tiene trabajo y ha regresado a casa de sus padres.
Seguramente, si Sarah se lo contase a su madre, esta le quitaría importancia, pues su hija «ha sido buena estudiante y nunca ha dejado de trabajar hasta ahora, además con esta crisis es lo normal». Es por este motivo que Sarah no le dice una palabra a su madre sobre sus pensamientos, pues no entendería que para ella, una persona trabajadora y responsable, esta situación supone un fracaso. Siente que su vida se ha parado de golpe y tras más de 6 meses buscando trabajo no ha obtenido ni una entrevista.
Tras la mirada de reproche de su madre por su respuesta, o mejor dicho, excusa, Sarah regresa a su cuarto para vestirse a regañadientes. Mira la hora y se da cuenta de que es casi la hora de que su antigua compañera salga de su trabajo, cerca de la panadería, pero no puede retrasarse o se quedarán sin pan. Suspiro largo y profundo.
Mira la silla de su habitación pensando en ponerse el chándal, total, para ir a comprar el pan siempre se lo pone porque va más cómoda. Pero de repente un brillo procedente de su escritorio capta su atención, se acerca a mirar y ve la cadena con el colgante de oro que le regaló su abuela por su graduación. La dejó colgada en el corcho junto a la fotografía que se hicieron juntas ese día y una nota de su abuela que le decía: «Tanto llorar por los exámenes y finalmente aprobaste la carrera. Recuerda que puedes superar y lograr todo lo que desees por más doloroso que sea el proceso o más lagrimas que derrames, finalmente vencerás. Te quiere, tu Nana«.
Tras secarse un par de lágrimas que corren por sus mejillas, pues su abuela había muerto hace un par de años, Sarah, cambia la expresión de su cara y coge el colgante en forma de llave y se lo cuelga del cuello diciendo: «Tienes razón Nana«.
Corre al armario y saca su ropa de «ejecutiva agresiva«, el traje de chaqueta y la blusa de cachemir que se compró para su último trabajo. Se maquilla deprisa pues no le da tiempo a hacerse mucho más antes de que cierren la panadería. Una vez realizado el cambio de vestuario y maquillaje se siente más fuerte. Coge su abrigo y un gorro pues ha empezado a nevar y sale deprisa a la panadería.
Al girar la esquina de su edificio ve a su antigua compañera de colegio cruzar la calle. Sarah da un paso brusco hacia atrás tentada de esconderse en el rellano, pero al hacerlo se mueve la llave que cuelga del cuello haciendo contacto con su piel el frio metal. Un pensamiento pasa como un rayo por su cabeza en ese instante: «Lucha, por más doloroso que sea, la llave es luchar, pues conseguirás un nuevo empleo. Esto es solo temporal«.
Respira hondo y sonríe, recordando que eso la hacía sentirse mejor. Comienza a andar hacia la panadería cuando ve a su compañera en la puerta de la tienda mirando a todos lados. «Vaya», piensa Sarah, «finalmente tendré que comenzar la lucha empezando con ella». Se acerca a la panadería y oye cómo la llama y agita la mano su antigua compañera. «Pues sí que se alegra esta de verme, claro ahora se sentirá superior a mí, como ella si tiene trabajo« – piensa para sí Sarah.
«Sarah, llevo tres días esperando en la panadería al salir del trabajo, pues nos vimos pero no nos dimos el teléfono. Verás, tengo un amigo que me comentó que van a buscar a una administrativa en la empresa en la que trabaja su primo porque la chica a la que contrataron la envían a otro departamento, en fin que me lio… el caso es que recordé que tú eras administrativa y que estabas buscando trabajo, así que le dije a mi amigo que conocía a alguien muy válida y de confianza.» María sonríe y le da una palmada en el brazo a Sarah.
Sarah, que no puede hacer más que parpadear, pues si María normalmente habla rápido y apenas respira, cuando está emocionada aún más. Además, necesita tiempo para asimilar lo que le está diciendo María, «¿qué van a necesitar una administrativa y se ha acordado de mí?«.
«Rápido Sarah, dime tu teléfono» – medio le grita María mientras saca de su bolso una libreta y su móvil. Tras anotarlo abre el teléfono y marca unos números. Sarah coge su móvil esperando recibir el «toque» o llamada perdida para guardar el número, pero para su sorpresa María comienza a hablar:
«¡Roque! ¿Qué tal, cómo estás? Pues mira que te llamo porque tengo aquí a la chica que te comenté para el puesto de administrativa. ¡¿Qué?! Claro que sí. Esta tarde a las 5 voy yo con ella y así nos tomamos un café mientras la entrevista tu jefe. Eres un encanto Roque. Bueno te cuelgo que llevo una mañana de lio que ya te contaré. Besos, Chao».
«¿Pero María qué has hecho?« Le dice perpleja Sarah, a lo que María empieza a detallarle la conversación con Roque.
En resumen, Sarah tuvo una entrevista esa tarde para el puesto que buscaba y en el que está actualmente trabajando.
😀
¿Imaginas que llevó a la entrevista? Efectivamente, el colgante en forma de llave que le regaló su abuela. ¡Nunca ir a comprar el pan fue tan productivo!
Con esta historia, he querido plasmar un día en la vida de cualquier Sarah, Marta, Rosa, Antonio, Manuel, Jorge… En definitiva, cualquier persona desempleada que ha regresado a casa de sus padres. No todos tenemos abuelas como Sarah, pero si podemos dejarnos mensajes que nos ayuden a continuar. Es importante mantener el contacto con antiguos compañeros de clase o salir a la calle por ejemplo y hablar con tu vecino.
Si todos saben que empleo buscas, sin darse cuenta te ayudarán a buscar por ti en cada conversación que mantengan. ¡Qué todos sepan que trabajo buscas! Gracias.